Es difícil no recordarte
cuando mis ojos aún
arrastran a la orilla
pedacitos de mí.
Mientras tú, con la voz huracanada,
continúas tu desplazamiento
por mi espina dorsal.
Y evaporas con tu mirada trágica,
la lluvia que, hasta hoy,
golpeaba mi cristal.
No sé cual es
la alternativa racional
a todo esto que estoy pensando.
Y sé que no gano
nada huyendo.
Pero dime,
¿qué esperabas?
¿Cómo no ibas a destruirme,
si me sentaste a hablar
en la carga explosiva
de este obús?
Y tú,
que me dijiste
una y mil veces
que no te irías,
me escribiste,
entre las cenizas,
una carta de despedida.
Y yo,
que me tragué todos
tus “te quiero”
sin pensar,
al final abrí la boca
y consiguió escapar
este caos que llaman amor.
La chica del chubasquero amarillo.