Cada equinoccio,
pierdo el oeste
en el atardecer.
Y recuerdo lo bonito
que está el norte
cuando llueve.
Solo esos dos días
se mueven acordes
nuestros pulmones.
Y respiramos las letras
de cada palabra difuminada
que el mal tiempo no nos dejó leer.
Pero renace el caos
en los enredos
de mi pelo.
Me disipo en el ruido
que hacen todos los miedos
justo antes de poderse dormir.
Y vuelvo a ser ese fuego
que no puede ser contenido,
porque se niega a morir.
Una autobiografía inconclusa
que nunca cobraría sentido,
aun siendo leída por ti.
Y supongo que
llevas razón y
te qui
(Es verdad,
debo admitir
que soy experta en
dejarlo todo a medias).
Así que cuidado, poeta,
porque,
incluso tú,
podrías resultar ser
mi narración incompleta.
La chica del chubasquero amarillo.
No sé tú cómo lo ves, pero aquí huele a talento.
Me gustaLe gusta a 1 persona