¿Cómo pudimos proclamarnos
dueños de un país equivocado?
Y después nos atrevimos a sorprendernos
cuando los sentimientos se amotinaron
a las puertas de nuestro cuarto.
No sé si fuimos valientes
o sólo un par de idiotas.
Adivino que esta noche
le echaremos la culpa al otro
de lo mucho que nos pican las heridas.
Y la tristeza que no sabemos llevar hoy,
volverá a llamar a nuestra puerta otro día.
Así quedará toda nuestra historia:
diluida en el agua de unas lágrimas
que nunca seremos capaces de llorar.
Y como cada madrugada,
miraremos nuestra fotografía.
Para, justo antes de dormirnos,
decirnos muy bajito y sin oírnos
que saldremos de esto sin sentir rencor.
Pero, al final, aprenderemos
que siempre existe una mentira
del mismo tamaño que nuestro dolor.
Y que, por mucho que lo repitamos,
jamás conseguiremos olvidar.
La chica del chubasquero amarillo.